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20, septiembre, 2013

La suma de todos los miedos

(El Comercio)._ "No tengo nada contra los homosexuales, pero..."es una frase que se escucha muy frecuentemente cuando alguien quiere tomar distancia respecto de una persona de orientación sexual no heterosexual porque cree no controlar sus propios temores.

Lima, «Rincón del Autor», (El Comercio)._ «No tengo nada contra los homosexuales, pero…»es una frase que se escucha muy frecuentemente cuando alguien quiere tomar distancia respecto de una persona de orientación sexual no heterosexual porque cree no controlar sus propios temores. Por ejemplo, una gerenta de una empresa me comentó en el contexto de una entrevista: «¡Imagínate! Tener acá un transexual… ¡ Me muero! Me sentiría recontra incómoda. Me da muchísima pena. Tengo un montón de amigos gays que trabajan, pero lo mantienen de forma muy oculta. Mientras no haya escándalo, es manejable».

La incomodidad que se expresa en las palabras de mi entrevistada es compartida por mucha gente bien intencionada. Entonces, ¿por qué esos sentimientos tan encontrados? Entre muchas posibles respuestas, me inclino por pensar que la gente teme todo aquello que desordena el mundo que le es conocido. Es decir, lo que asusta es moverse en un mundo complejo, careciendo de herramientas para pensar la propia vida, incluso para poner en entredicho la propia identidad sexual. Es común que proyectemos en los otros nuestro temor a aquello que consideramos que no podemos explicar, ordenar o predecir. El miedo a lo que no entendemos y, peor aún, a lo que puede mellar nuestros conceptos de «normalidad» o de «orden» puede llevarnos a la más abstrusa intolerancia.

Cuando alguien dice «no tengo nada contra los homosexuales porque son ciudadanos como todos, pero no deben casarse ni adoptar niños», lo que se resiente es dañar la noción que se tiene de familia, pues ello cuestiona a la vez otras ideas sobre las que se estructura la vida. Por ejemplo, qué se entiende por amor, relación filial, vínculo matrimonial, creencias religiosas, etc.

Por ello, no basta con que los psiquiatras ya no consideren la homosexualidad como una enfermedad, ni con que las leyes en diversos países hayan aceptado el matrimonio entre personas del mismo sexo o la adopción de niños por parejas homosexuales. La gente tiene miedo de que se derrumbe el mundo conocido y seguro en el que se mueven. Y ello explica por qué un gran número de personas reacciona dramáticamente ante la propuesta de ley de la unión civil entre personas del mismo sexo, presentada por el congresista Carlos Bruce.

No creo equivocarme si afirmo que estamos en un momento de transición como sociedad. De hecho, las encuestas muestran que los jóvenes son mucho más tolerantes que los adultos respecto a estas cuestiones. Entre otras cosas, los jóvenes temen menos porque están más cerca de la experiencia de vida de personas homosexuales a través de las series de televisión, películas, blogs, foros o diarios en línea. Los jóvenes no solo saben que muchas de las estrellas que admiran son homosexuales, sino también saben que muchos de sus queridos amigos o amigas lo son. Y esas vidas pueden ser entendidas como normales, comunes y corrientes.

Tenemos la oportunidad de entender el temor de quienes se oponen a la ley de unión civil entre personas del mismo sexo, pero también de liberarnos de la suma de todos los miedos.

Columna de LIUBA KOGAN, Jefa del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad del Pacífico, en Ricón del Autor, en el diario El Comercio.

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