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Los feos están desapareciendo y con ellos el talento
(Financial Times)._ No sólo hemos desterrado a los feos de los trabajos más competitivos, la sociedad educada también ha desterrado la palabra.
Por Lucy Kellaway._ Hace poco di un discurso a un grupo de recién contratados en una de las cuatro grandes firmas de contabilidad. Al estudiar al público noté algo extraño. Entre las ochenta caras dirigidas hacia mí, no había ni una sola fea. Nadie con el cutis picado de viruelas. Nadie con facciones desagradablemente asimétricas. Cada cara era tolerablemente agradable a la vista.
Esto no era Vogue o Abercrombie & Fitch. Estas personas habían sido contratadas para auditar cuentas de la empresa, una tarea que exige un gran entusiasmo por los Principios de Contabilidad Generalmente Aceptados (GAAP) – no pómulos altos. Sin embargo, en este salón lleno de contadores todos lograban el estándar mínimo de buena apariencia que le falta a una buena parte de la población general.
Esta firma no es excepcional. Si yo pienso en los amigos de mis hijos que han conseguido empleos en contabilidad, banca, asesoría o la ley, todos son de apariencia más allá del promedio. Aun en la radio, por mucho tiempo considerado el hábitat de los feos, no se ve una sola persona poco atractiva. Actualmente estoy realizando un documental radial y todos los productores son hermosos, y hasta los técnicos de sonido – que comulgan con botones todo el día – son perfectamente agradables a la vista.
No sólo hemos desterrado a los feos de los trabajos más competitivos, la sociedad educada también ha desterrado la palabra. Con el paso del tiempo la palabra “feo” llegará a ser tan detestable como los epítetos raciales, pero por ahora la uso para apoyar mi argumento. Nadie llama a nadie feo. Simplemente no se les contrata.
Ya no somos racistas ni sexistas, pero todavía somos irremediablemente “caristas”. Acabo de pasar una prueba en línea – en la cual hay que juzgar si las personas son honradas, dominantes y competentes basado en sutiles diferencias en sus facciones – y resulta que soy tan “carista” como cualquiera. Es decir, muy carista.
Lea todo el artículo en el Financial Times.
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