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Cuando la piel habla: Estrategias de blanqueamiento en el sistema universitario peruano
A diferencia de la mayoría de estudios sobre discriminación étnico-racial en el Perú, que basan sus análisis en la información cuantitativa incompleta existente o generan información experimentalmente, nosotros condujimos un trabajo de campo extenso con el objetivo de rescatar las voces de los jóvenes universitarios que experimentan discriminación. En particular, partiendo de una perspectiva teórica cualitativa crítica, diseñamos tres instrumentos (encuestas, grupos focales, y la metodología-Q) para analizar en qué medida los estudiantes universitarios de las carreras más valoradas del mercado laboral peruano, en 4 ciudades de rápido crecimiento económico, perciben la discriminación étnico–racial en su interacción dentro de sus universidades. Reportamos información que sugiere que dichos estudiantes podrían estar usando estrategias de “blanqueamiento” para prevenir o mitigar eventos de discriminación étnico-racial; la misma que es percibida como causante de efectos negativos en los planos académicos, personales y laborales. Encontramos que, para los estudiantes que no poseen una personalidad sólida, la discriminación étnico-racial puede tener consecuencias devastadoras. Al parecer, solo aquellos que desarrollan estrategias para blanquearse tienen alguna esperanza de alcanzar ventajas sociales y económicas.
Título | Cuando la piel habla: Estrategias de blanqueamiento en el sistema universitario peruano |
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Contribuidores | Francisco Galarza, Liuba Kogan |
En el Perú, los diversos grupos étnico-raciales tienen diferentes posibilidades de éxito en el sistema educativo (Castro et al., 2012). Analizando una muestra de 8 países, incluyendo el Perú, Telles y Steele (2012: 6) encuentran que “el color de la piel tiene un efecto estadísticamente significativo en el logro escolar (…), incluso después de controlar por factores como la clase social, el género y la residencia urbana/rural”. De modo similar, el color de la piel parece tener un efecto desigual en el desempeño universitario y en las oportunidades de ser contratados en el ámbito empresarial con equidad respecto a su capital formativo (Yamada et al., 2012; Kogan et al., 2011).
Los sistemas de privilegio y discriminación existentes en el ámbito académico, y en el acceso la esfera empresarial son percibidos claramente por los peruanos (Sulmont, 2009,
2005), quienes han desarrollado diversas estrategias para moverse en un contexto complejo, donde no queda claro “con quién estás hablando” (Da Matta, 2002). En otras palabras, las interacciones sociales en el Perú no se realizan bajo la premisa de que todos sus habitantes son ciudadanos con similares deberes y derechos—como lo planteó el Libertador San Martín al fundarse la nación peruana, influenciado por las nuevas ideas liberales del siglo XIX—sino de acuerdo a las características de las personas y sus rangos jerárquicos (Santos, 1999). Algunos científicos sociales han reparado también en el hecho de que esa dificultad para saber “quién es quién” genera mucha ansiedad (Twanama, 1992), pues uno puede ser bien tratado en un contexto e inmediatamente ser maltratado en otro al no existir identidades fijas sino muy fluidas e inestables, instauradas por los rasgos físicos en términos étnico-raciales, lo cual resulta complejo para los peruanos en su vida cotidiana.
A diferencia de algunas sociedades, donde se construye un imaginario que divide a la sociedad de modo dicotómico -por ejemplo, blancos y negros-, como en los Estados Unidos o en la Sudáfrica del Apartheid (O’Brien, 2008), en el Perú, las mezclas raciales que se produjeron durante siglos hacen muy difícil clasificar a las personas en una de esas dos categorías, que son minorías en el Perú. Un estudio de Sulmont (2012) sobre la autoidentificación étnico-racial encuentra que sólo el 1,2% se auto-identifica como blanco de origen europeo, y apenas el 0,6% se considera negro de origen africano; mientras que el 68.7% se considera mestizo de español y nativos originarios.
En el Perú, la mayoría de la población debe negociar permanentemente su identidad étnico-racial, ya que el espectro de población que se autodefine como mestiza representa más de dos tercios de los ciudadanos. A diferencia de países donde se construye un imaginario étnico-racial binario (blanco-negro), aquellos que no pertenecen a esas dos características se vuelven invisibles o encuentran dificultad para identificarse con una categoría étnico-racial (O’Brien 2008). La complejidad racial del Perú contemporáneo responde a una lógica histórica que nace en el siglo XVI, con la Conquista Española, pero se reafirma claramente durante la Época Republicana de inicios del siglo XIX en la medida en que las élites evitaron perder el poder que detentaban. El racismo consolidado siglos atrás no ha desaparecido ni perdido importancia en las interacciones sociales, sino que se ha transformado en el contexto contemporáneo (Portocarrero 2007, Bruce 2007, Manrique 1999).
Los conquistadores españoles instauraron la idea de la superioridad blanca / española. La decencia y el honor se lograban básicamente a través de la posesión de títulos nobiliarios (linaje) y/o de los rasgos físicos blancos. La sociedad colonial le adjudicó a los no blancos y a aquellos sin títulos nobiliarios, características morales, estéticas y civilizatorias negativas según el porcentaje de blancura que se les adjudicaba, siendo clasificados en “castas” que debían pagar tributos diferenciados, donde los menos blancos eran quienes pagaban mayor porcentaje de impuestos. Por ello, no es de extrañar que “blanquearse” se convirtiera en el ideal social por excelencia, ya que era la única forma de aumentar el valor social de la persona en un contexto significativamente racializado.
La formación de castas—grupos definidos por sus rasgos físicos, producto de patrones matrimoniales exogámicos entre blancos, indios y negros—avivó la imaginación e ilusión del blanqueamiento durante la época colonial (siglos XVI-XIX) (Portocarrero, 2013). Las fronteras de color resultaban permeables y la “decencia” se perseguía a través de la cosmética (aclarando la piel mediante ungüentos), o usando ropas lujosas, o por medio de la ilusión genética, es decir, el matrimonio interracial (Del Águila, 2003). No es de extrañar, entonces, que en esta época se creyera que logrando que los descendientes se casaran con personas lo más blancas posibles, lograrían tener en el futuro familiares totalmente blancos porque, de ese modo, se borrarían las manchas indígenas o negras que portaban (Portocarrero, 2013). Ese contexto de identidades étnico-raciales fluidas que se generaba en la vida cotidiana permitía que se casaran o tuvieran hijos españoles pobres con indias ricas, negros esclavos con blancas oligarcas, indias y negros, o, de modo general, personas consideradas de diversas “castas”, producto de las múltiples mezclas genéticas que generaban personas de diferentes características físicas. A pesar de ello, en términos formales, ese intercambio genético contrastaba con la inmovilidad formal de la adscripción racial, pues cada uno era categorizado en una “casta” con una valoración diferenciada de acuerdo a sus rasgos físicos.
A inicios del siglo XIX, se consolida la República luego de la independencia de España, culminando así el período Colonial. El Estado nacional, creado en 1821, promovió el mestizaje como ideal social: el Perú fue imaginado como producto de dos herencias poderosas, la indígena y la hispana, pero ni una ni la otra solas, sino su mezcla. Sin embargo, la idealización de lo blanco permanecería intacta, pues se aceptaban como naturales las jerarquías sociales raciales y de clases. El racismo científico del siglo XIX contribuyó con esa creencia—pero fue reformulado en tierras peruanas, pues las narrativas que valoraban el mestizaje resultaban fundamentales—lo cual llevó finalmente a que la presencia y contribución de los indígenas y la población afroperuana en el desarrollo de país desaparecieran de la historiografía.
A pesar de la importancia dada al mestizaje en el discurso, en toda América se impulsaron políticas migratorias para atraer europeos con la finalidad de “mejorar la raza”; esto es, borrar los rastros de la sangre india y negra de la población. Sin embargo, el Perú no resultó un lugar atractivo para los migrantes, a diferencia de Chile y Argentina (Telles 2014). A pesar de ello, se creía que los indígenas y la población afroperuana (casi invisibilizada) resultaban una traba para el desarrollo y la modernización del país. No es de extrañar, entonces, que, a inicios del siglo XX, se discutiera en el Parlamento peruano, aunque fallidamente, un Proyecto de Ley que buscaba eliminar a la raza indígena, con el fin de promover el desarrollo y la modernidad (Degregori, 2012). En el transcurso de los siglos XX y XXI, riqueza, modernidad, belleza y blancura empezaron a verse como conceptos equivalentes, en el que uno de ellos llevaba
necesariamente a la confluencia de los otros; de modo que en el imaginario social peruano, los grupos considerados de alto estatus fueron los blancos (y por añadidura, los mestizos cercanos a la blancura), quienes fueron etiquetados como bellos, exitosos y competitivos; mientras que los grupos de bajo estatus serían los no blancos (indígenas y negros), quienes se caracterizarían por ser poco competitivos, pero portadores de gran expresividad como músicos o bailarines (Pancorbo 2011).
En síntesis, podemos señalar que la historia peruana se ha caracterizado por mutaciones étnico-culturales: en la Colonia, se buscaba acumular riqueza para comprar títulos nobiliarios con el fin de blanquearse a los ojos de la sociedad; mientras que, en la actualidad, la gente desea blanquearse a través de la vestimenta, los modos de hablar, los intentos de aumentar de talla, o los tintes de cabello, para parecer blancos o blancones, con la finalidad de ingresar a puestos rentables en el mercado laboral, y, así, poder ganar dinero.
A diferencia de otros estudios que buscan identificar el número de personas según rasgos étnico-raciales en un país o localidad, o de correlacionar el color de la piel con el éxito
académico o laboral desde una perspectiva cuantitativa (Telles, 2014), este documento da cuenta de la voz de jóvenes universitarios en torno a sus temores y aspiraciones en una
sociedad “pigmentocrática” (Telles, 2014) y racista como la peruana, que se esconde bajo el manto del discurso políticamente correcto de la meritocracia. Para ello, partiendo desde
una perspectiva crítica, cualitativa y microsocial, a continuación exploramos las razones que llevarían a los jóvenes a la certeza de que blanquearse representa una opción
necesaria para aumentar sus posibilidades de culminar con éxito sus estudios académicos e ingresar al mercado laboral.